Crusoe.

Tal vez al empezar el viaje, buscaba algo que no sabía si iba a encontrar. La idea de un sur remoto está en peligro de extinción. Me refiero al que sobrevivió incluso años después de la llegada de los pioneros, el de caminos escasos y polvorientos ignorados por guanacos y pumas. Aún en esa Patagonia de forasteros, caza fortunas y prófugos que buscaban escapar del mundo, la naturaleza sin huellas era casi el absoluto. Es evidente que fue cambiando. Con mis pesares, procuraba encontrar ese mundo atemporal, salvaje, la Patagonia mitológica. Un lugar que no solo pareciera lejos, apartado, sino que además lo fuera.

La apuesta fue atravesar una ruta donde el auto se sacudía por el viento, unos 600 kilómetros tal vez. Un territorio ondulado, de mesetas escalonadas. Al avanzar reinaban los guanacos que aprendieron a saltar alambradas para resistir donde los pumas fueron desplazados. Por momentos la «casi nada», el silencio de los tehuelches arrinconados o desplazados de sus tierras. Atravesaba esa Patagonia, salvaje, domada por ráfagas que te purifican las fosas nasales hasta secarlas. En Google Maps todo se reduce a una simple indicación desde Trelew hasta Comodoro Rivadavia, desvío hasta el pueblo de Perito Moreno. Una sobredosis de meseta más hasta Bajo Caracoles, una noche en un hotel un poco desvencijado, de esos que crujen algunas maderas. La presencia humana hasta allí era notablemente esporádica, hasta tímida.

Después del amanecer y casi tres horas de ripio, allí estaba aquella Patagonia de leyenda. Al pie de montañas que parecen tsunamis listos para aplastarte con sus olas de crestas blancas. En primavera, los Andes van desaguando lagos derretidos de un turquesa imposible. Todo el Parque Nacional Perito Moreno (que no es el del famoso glaciar, no confundir) es un refugio del mundo, del wifi y la señal de teléfono. Es el Parque Nacional más apartado y menos conocido de Argentina.

Quedarte días allí, para caminar y caminar, beber agua del mismo lago. Que una nevada copiosa te acaricie la cara como como pedazos de telgopor, a días de que comience el verano. Que el clima desquiciado no sea un problema porque todo compensa, o porque cuando parece que se desata la tempestad eterna, sale el sol nuevamente.

En esa belleza prístina, salvaje, con senderos cagados por los pumas (chau poética), un viento que ruge y hace crujir los árboles, guanacos que apenas escapan de tu presencia porque ni perciben amenaza. Entre manchas de bosques de lengas junto a playas del lago donde recolectar agua para sobrevivir unos días, uno se puede sentir Crusoe de algún modo. Perdido en un rincón que el resto del mundo asfaltado, cableado, explotado, va a valorar cada vez más. Una burbuja de lagos escondidos como un secreto, resistiendo casi por casualidad. Y yo, sentado en una orilla, escuchando el oleaje del lago cuando el viento baja la intensidad unos segundos, pensaba que aunque fueran un mar, al menos por unos días, no escribiría ningún mensaje en ninguna botella.

4 comentarios de “Crusoe.

  1. Emma Murillo dice:

    Wow Mati! Cómo siempre me envuelven tus extraordinarias narraciones de tus bellas experiencias en lugares extraordinarios!!! Amé tus imágenes pintorescas que parecen irreales por lo peculiares que se ven, que ganas de perderse unos días por ahí, y disfrutar un poco a la orilla de esa laguna que parece playa tan alejada de lo rutinario y el bullicio de la ciudad, esas imágenes y tú narración nos invitan a querer perdernos por ahí algún día…

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