Perdido (Erg Chebbi)

-¿Jalil?

-A sus órdenes- me respondió y prosiguió – deberías haber esperado a que yo te dijera el nombre para confirmar, nunca des por seguro que yo no pueda ser un embustero, estafador…-.

Jalil enseguida se posicionó en ese lugar de superioridad cognitiva del desierto – son códigos que aprender, en el desierto y en la vida- me dijo. Y yo me subí a su auto a doble tracción algo anticuado, con sus tapizados de cuero desgastados, resignados al polvo del trayecto rústico y repetitivo de cada día.

Con una lección de supervivencia Jalil me dio la bienvenida al desierto de Marruecos. Después de bajar del autobús, yo había esperado apenas 25 minutos en el lado equivocado del cruce de calles. En las horas anteriores, había atravesado casi toda Marruecos desde la ciudad de Fez en una noche, con las instrucciones y conexión de mi anfitriona adoptiva Latifa. En Fez, me había alojado en un Riad de precios acequibles al mando de Latifa, quien me alertó de los peligros de confiar en la buena fe de los que ofrecen tours turísticos en cualquier calle sin ninguna referencia. Después de unos días en su alojamiento, me adoptó como mi madre de origen bereber. Me trasmitió familiaridad y aprecio hasta hacerme sentir en su casa. Fue ella quien me ofreció conectarme con Jalil y su albergue en el desierto. Coordinó mi llegada en horas de madrugada para que Jalil me fuera a esperar a esa parada rutera de autobús: «no te olvides, pregunta por Jalil, esa es la clave».

Cuando esperaba en esa madrugada mis paranoias maquinaban como aquel día en Fez, que sin entender la mecánica de los taxis compartidos marroquíes, subí a uno ue me llevaba en dirección contraria a donde quería ir (simplemente porque hacía un recorrido fijo circular). Y yo flasheaba secuestros perfectamente guionados para noticieros de mediodía, mientras analizaba en mi mente ridículas escenas para salir del peligro saltando del vehículo en algún semáforo.

Paranoia, calmesé.

La luz del sol no daba señas, y mientras pasaba el tiempo pautado, se me ocurrió que quizás Jalil me esperaba en la esquina opuesta. Es que enfrente, había varios vehículos y un grupo de personas que conversaban animadamente, tal vez demasiado para la hora. Al cruzar y preguntar, encontré a mi supuesto Jalil.

– Menos mal que tampoco me llamo Mohamed, porque ahí en el grupo preguntabas por Mohamed y te respondían 20- dijo Jalil mientras reía su propio chiste. Mohamed, nombre del último profeta del Islam, significa «digno de ser alabado». Según estimaciones, ese nombre encabeza el documento de identidad de unos 150 millones de personas en el mundo. Un altísimo porcentaje de Mohamed (no se como sería el plural), residen en Marruecos, tal como hay tantos millones de María, José o Jesús en países predominantemente católicos.

– Un nombre en el desierto puede ser una llave, pero tienes que aprender a usarla bien- remató Jalil.

Jalil insistía con sus lecciones ancestrales para sobrevivir en el desierto, mientras nuestro vehículo comenzaba a desviar por un camino rústico después de varios kilómetros. Aunque el desvío era más bien una huella en la aridez total. La paradoja es que de repente, la aridez quedó oculta por una niebla cerrada. Era la transición a las dunas de Erg Chebbi, mi destino en este viaje. El sol aún no asomaba, y la niebla se cerraba más y más. En mis observaciones, pensaba que era imposible orientarse en ese paisaje despojado de referencias, con caminos difusos, y para peor, con apenas señal de teléfono para pedir auxilio. Un razonamiento más siglo XXI no se consigue.

En realidad los caminos eran apenas huellas que se cruzaban como una telaraña diseñada de forma azarosa, y que podían ser borrados rápidamente con un poco de viento. Quizás por ello, sentí que toda mi confianza en la humanidad se depositaba en Jalil, o en el supuesto Jalil. Mi fe se hermanaba con su ostentosa sabiduría ancestral para orientarse en la neblina mientras conducía tan seguro en ese enjambre de huellas desquiciadas. Era uno de esos momentos perfectos para apoyarse en argumentos falopa, aferrarse a la idea de que nada malo puede pasar. De repente el motor se detuvo como intoxicado, agitando todo el vehículo en un corcoveo agónico.

– Nos quedamos sin combustible- dijo Jalil con su calma y sabiduría ancestral. Yo a esa altura lo imaginaba siempre cauto en cada escena de pánico de su vida: «moriremos deshidratados en unos días pero con mucha calma».

Jalil empezó a buscar señal con su teléfono caminando entre la niebla mientras yo imaginaba escenas de película. Y desapareció. Estaba solo, perdido, desconectado, en un vehículo sin combustible, en el paisaje tal vez más despojado que vi en mi vida, con una visibilidad de poco más de cincuenta metros, en el más absoluto silencio. Mi instinto empezó a conjeturar alternativas ingeniosas para recolectar la humedad de la niebla, y transformar ese estado impreciso del agua en líquido. En resumen, pensaba en como no morir de sed, o en quien comería primero a quien, tranqui.

Jalil volvió a escena como en una composición cínicamente cinematográfica, en la que alguien enfocaba su lente hasta hacerlo nítido. Jalil lo podía todo. Jalil jamás podría abrumarse entre la bruma. Jalil podría guiar con éxito un grupo de turcos perdidos en la neblina. Jalil era quien podía erigirse como un mesías para sacarme de ahí. Yo lo iba a seguir, lo iba a adorar y después predicar.

– Ya vendrán a buscarnos, pude encontrar señal -.

Y yo, después de esperar 30 minutos hasta que llegara nuestro auxilio con un bidón de nafta, aún hoy me pregunto si en realidad fueron 30 minutos, 30 horas o si fueron días en el desierto. Días en un coche sin combustible, aplastado, acorralado y emboscado por la niebla. Quizás Jalil no buscó señal, ni la nafta se había terminado, ni ese punto del desierto exista en realidad. Todo pudo ser premeditado, inconmensurable. Era el momento de ser conspiranoico.

Me agrada no saber si el momento en que Jalil desapareció en la niebla fue un fallo en la matrix, si quedé sometido al riesgo de quedar atrapado en un puente espacio temporal. Si Jalil intentó alertarme de algo que no tenemos capacidad de entender desde nuestra lógica y conocimiento de las leyes del mundo. Si Jalil en realidad existía. Quizás, en vez de quedarme cerca de ese coche detenido en la nada espacio-temporal, en ese no lugar, debería haber caminado, adentrarme en la niebla hasta encontrar el portal que me saque de la artificialidad de este mundo, que me rescate. Quizás el portal de Truman me esperaba. No fui valiente. Decepcioné a los dioses. Apenas atiné a bajarme del coche, caminar sin perder de vista esa referencia, como abrazado a un lazo invisible con la mínima certeza.

El día siguiente, decidí que todo podría haber sido parte de un sueño. O no, porque también decidí que no estaba seguro haberlo soñado. La anécdota perdido en la niebla fue otra parte bonita, cuasi mística, de un viaje. Porque en los viajes, o en mis viajes al menos, siempre suceden cosas que parecen irreales, situaciones en la que es bonito pensar que rozamos la magia, o corremos algún límite.

Decidí definitivamente que en el preciso instante en que Jalil desapareció en la niebla, existió ese portal a un universo de parámetros desconocidos en donde no todo está explicado. Y aunque fuera un momento que más parecía ficción, la sola posibilidad de acariciar ese portal, de encontrarlo en distintas formas en nuevos lugares, me confirmaba que valía el viaje a esa parte de Marruecos, como a tantos otros por venir. Después de todo, encontrarse desconcertado o perdido, es una más entre tantas formas de sentirse completamente vivo.

24 comentarios de “Perdido (Erg Chebbi)

  1. Mónica Elisabet Petrucci dice:

    Hola Matías!!! genial tu anecdótico viaje y me encantó la forma de relatarlo ,una especie de comedia dramática y me hiciste acordar a una serie que vi hace pocos días: Counterpart , donde existe un portal que nos separa de un mundo paralelo con los mismos personajes; si me ocurre lo que te pasó a vos después de ver esta serie me pongo a buscar el portal en medio de la niebla para retornar a mi mundo «seguro»(🤔🧐😂😂😂).
    Te felicito👏👏 deberías dedicarte también a escribir thrillers o ciencia ficción, te tiro la idea para cuando te canses de viajar,prometo ser tu fan número uno (dijo Misery)😅😅😅
    Un abrazo

  2. Mónica dice:

    Maravilloso relato Matias! Me trasmitió una mezcla de paranoia, libertad, aventura…
    Me pasó una vez perderme en algún lugar de Austria…simplemente el camino terminó y unos cúmulos de nieve me dieron la pauta que había subido a la montaña. «Tierra de Montañas» son las primeras palabras del himno nacional de Austria, y nada es tan característico del país como sus montañas. Allí arriba se puede apreciar la libertad ilimitada de la vida. No se oye nada, solo los pájaros y el agradable chapoteo lejano de algún riachuelo.
    Yo ya no tenía combustible, ni agua, ni comida…. se venía la noche, y pensé que «moriría de sed o de frío»… Y allí la magia de la vida, me indicó que todo estaría bien.Un ciervo apareció, y se acercó a mí. Yo dejé de respirar, conmovida por la belleza y fragilidad de ese animal. Bajé del auto y lo filme. Lo ví comer unos frutos, comer hielo y desaparecer… Inmediatamente llorando fui a comer esos frutos , derretí nieve, y dormí tranquila, en una noche estrellada que jamás olvidaré.
    Incertidumbre, paranoia, la belleza de la vida, aventuraaaaa
    Al otro día apareció un vaquero, que me dió agua pan y queso de cabra y me llevó a caballo al pueblo a buscar combustible…
    Por eso…
    Kowalsky, cual es nuestra trayectoria?
    95% seguro de que estamos perdidos.
    Y el otro 5%?
    Aventura y gloria, como ningún otro pingüino ha conocido. Jajaja

    • Matías Callone dice:

      Hola Mónica, es super interesante el tema de como nos gusta adentrarnos en «mundos2 con leyes y parámetros que desconocemos, al menos a mí, porque ya se que no a todos. Gracias por compartir la anécdota, además esas cosas son las que uno no olvida jamás en la vida. Un abrazo!

  3. Laura dice:

    Siempre es un placer leer tus relatos, con tanto detalle y anécdotas hacen que uno de alguna manera «se apropie» del personaje y se imagine viviéndolo en primera persona. Gracias por compartirlo!

  4. Marie Anne Clarke dice:

    Caminante no hay camino Se hace camino al andar y tus anécdotas no solo te hacen sentir vivo. Nos haces de alguna manera vivirlas 🥰

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