En Marruecos hay ciudades históricas con sus medinas (barrios medievales) y rodeadas de murallas, hay pueblos más pequeños también con medina (hasta uno de ellos tan curioso por su color azul, como lo es Chefchaouen), hay montañas que suelen saber de nieve y clima gélido en invierno en el centro del país como los Atlas, ciudades en la costa que respiran con el mar, o poblaciones en el desierto que saben que el agua puede ser un tesoro escaso y valioso. Entre estas últimas está Tinerhir.
Si viajas desde el desierto (o hacia el desierto desde Marrakech o Fez), y si lo haces después de pasar varios días en las dunas de Erg Chebbi y Merzouga, entonces encontrarte con el verde que acompaña el curso de agua de Tinerhir te resultará un pequeño milagro.
El agua que baja desde el Atlas en la vertiente sur se dirige hacia el desierto, un puerto para nada seguro. En el camino, ese curso de agua poco caudaloso atraviesa la garganta del Todrá antes de llegar al poblado de Tinerhir. Todo este tramo suma unos 30 kilómetros de extensión en forma de oasis, tal vez uno de los más extensos y bonitos de Marruecos: esa es precisamente la razón para conocerlo, hacer una pausa en el camino, o incluso una o dos noches si deseamos realizar excursiones, caminatas por las parcelas de cultivos en torno al río, o por las montañas a través de senderos.
Tinerhir es la ciudad en torno a este oasis. Mucho ha crecido en años recientes en un sitio en donde se intuye que en otros tiempos solo había unos pocos kasbahs (espacios fortificados de origen bereber y construidos con adobe) ocultos entre los palmerales. Hoy esos kasbahs están casi derruidos al costado del oasis, y junto a ellos los habitantes de la ciudad han ido desplegando caseríos de hormigón en tonos rosados y pasteles de forma extendida.
Cuando atraviesas la carretera que va bordeando los palmerales de Tinerhir por kilómetros y kilometros, esas son las vistas que regala el lugar: hacia abajo los sembrados encerrados en los palmerales. Al terminar los palmerales, las casas y kasbahs, y entre ese espacio estrecho, las montañas rojizas (rojo ocre) que amurallan el valle.
La puesta en escena combinada naturaleza-ciudad hace que valga la pena cualquier variante que elegir para visitar el valle: una escapada, una pausa en camino al desierto, una noche, un día completo para hacer caminatas, travesías, dos noches, o tres, para simplemente descansar y relajarse.
Hacia el final de los palmerales, cuando nos internamos hacia las montañas y pocos kilómetros de la ciudad, el paisaje tiene un nuevo cambio: el río fue modelando y erosionando las rocas hasta formar cañones impresionantes de 300 metros de alto, y de tan solo 10 metros de ancho en algunos tramos.
A todo lo anterior, aún hay más que sumar, facetas que hacen especial al valle del Todrá: si el paisaje es un micromundo natural, sus pobladores hacen del sitio un micromundo dentro de Marruecos. En el oasis perduran formas de vida ligadas a lo que provee la tierra: se ven mujeres trabajando la tierra, cosechando con sus propias manos la alfalfa y otros productos de huerto, y todo tal como viene sucediendo hace siglos.
Sobre las paredes del cañón y mirando al oasis, hay hoteles de lo más variados:
Aquí me ven en pleno paseo por los palmerales, y caminando sobre las acequias que van desviando el agua del río y dosificando el riego en las parcelas de cultivo:
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En el corazón del oasis, las palmeras crecen con fuerza inusitada. En otoño suelen sucederse lluvias que hacen crecer el torrente arrastrando algunas palmeras.
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En las montañas, si realizas algún tramo de senderismo, es posible ver a los habitantes nómadas viviendo alejados del río (a una hora y media de caminata y ascenso). Habitan en carpas y cuevas, cuidan sus animales, y las mujeres suelen bajar hasta dos veces al día para recolectar agua en el río. La forma de vida es rústica, cruda, y sobre todo sustentable con el entorno: no hay mayores pretensiones que vivir el día a día, superar las pequeñas odiseas diarias por obtener lo más básico de la misma tierra y sobre todo, el agua.
En cambio, en el mismo oasis, las parcelas de cultivos son trabajadas por familias que comparten el espacio verde:
Como explorar el valle: en mi caso, la base fue un hotel (Dar Ayou) casi en la entrada de la garganta del Todra. Desde el mismo hotel, disponen de guías para hacer distintos paseos: senderismo por la montaña, o una caminata de tres horas por el oasis y los palmerales. El valle del Todra se puede conocer en un día haciendo un recorrido de unos 20 kilómetros por la carretera que bordea el río entre Tinerhir y la Garganta. Así podremos detenernos en la garganta y caminar en su tramo más estrecho, de unos 500 metros (en este tramo hay numerosos vendedores de productos locales). Si lo que deseamos es además de recorrer en coche el valle, hacer las jornadas de senderismo, lo mejor será hacer al menos dos noches en alguno de los hoteles al margen del río, para tener un día entero completo. No hay mucho más que hacer más que esos paseos, disfrutar de la tranquilidad del lugar. Para aficionados a la escalada, este es uno de los paraísos de Marruecos por las paredes de roca de la garganta.
Para finalizar, aquí tienes en el mapa la ubicación de Tinerhir y la Garganta del Todrá:
* Todas las imágenes pertenecen a al autor del post, Matías Callone (puedes compartirlas bajo licencia Creative Commons, citando al autor y enlazando al álbum de fotos en Flickr)