«Y entonces me animé, apreté el botón de llamado y le dije a la azafata….»

Estaba molesto, incómodo básicamente. Y no es algo que me pasara por primera vez pero nunca me había animado a plantearlo frontalmente.  Una vez lo había masticado un vuelo completo sin chistar, como si hubiera asimilado que la incomodidad es parte del vuelo y que debía guardármelo para mí y mis semejantes, algo así como el «síndrome del esclavo de la clase turista». Sin embargo, aquel vuelo de KLM entre Amsterdam y Buenos Aires fue demasiado, el más largo de la aerolínea según después me explicaron al responder a mi queja via Twitter desde la misma cuenta de KLM. Había elevado mi primera queja en un blog y en las redes sociales: era demasiado alto como para llevar rodillas en un vuelo.

Siguieron varios vuelos más, hasta que finalmente sucedió lo inevitable: tenía la sensación suficiente de hartazgo como para reclamar mi espacio y romper las cadenas de clase (turista). Me animé, apreté el botón de llamado, y la luz y el sonido que más deben odiar las azafatas dio el aviso. Un pasajero del vuelo necesitaba atención y ese era yo (orgulloso). En pocos segundos tenía el servicio de a bordo a mi lado:

– ¿En que puedo ayudarlo? me dijo la azafata (¿hace falta decir que en tono amable¿) casi en la oscuridad.

– No se como explicarlo…es como que tengo la sensación de que quienes diseñan los aviones que utiliza su empresa no han calculado mis rodillas.

– ¿Como dice?

– Eso, que me están sobrando mis rodillas, nunca había sentido que mis rodillas me sobraban como en este momento, pero me he convencido que no las necesito para viajar en este avión y en ningún otro. Tal vez pueda ayudarme a quitármelas. Entiendo que soy un poco alto, pero tampoco es para tanto. El tema es que mis rodillas no me dejan sentarme sin que tenga que reclinar de un modo extraño mis piernas. La única opción es que me incline un poco de costado y así sacar mis piernas hacia el pasillo, pero sucede que he leído un informe que dice que esa es una de las cosas que más odian las azafatas en cada vuelo, los usuarios que sacan sus piernas al pasillo y los choques con las piernas de los pasajeros. El hecho es que si no quiero sacar mis piernas al pasillo para no molestar, entonces me sobran mis rodillas y quiero quitármelas. Por otro lado hace unos días también he leído una noticia que explica que la tendencia es que en la clase turista se diseñan los espacios entre asientos cada vez más pequeños (por una cuestión de ecuación en los ingresos de las aerolíneas, afectado por el precio del petróleo), y en ese caso, creo que quitarme las rodillas va a ser más fácil que sensibilizar las leyes del mercado, la oferta y la demanda, y el alma del SEO de la compañía aérea a la que le he dado mi número de tarjeta de crédito hace unos días. La otra opción aún más compleja sería directamente reformular el capitalismo en su vertiente neoliberal hiperdesregulada para sacar nuevas normativas que pongan límites precisos a los espacios mínimos por asiento en cada avión. Pero tampoco creo que sea una cuestión tan ideológica, ni tengo tiempo de montar una revolución bolchevique, ni mis rodillas son tan comunistas ni radicales. Simplemente quiero viajar más cómodo que los perros de la bodega, aquí y ahora. Y para ello, simplemente me quito las rodillas y todos contentos, pero necesito que me ayude a desenroscarlas tomándolas por la rótula.

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Imagen Stilgherrian

Lo curioso es que la respuesta de la azafata no contenía ninguna palabra. Simplemente entendió mi necesidad de ayuda y se reclinó en el pasillo tomando una de mis rodillas por la rótula hasta empezar a desenroscarla con suavidad. Le dije que lo hiciera con cuidado, que no era nada complicado pero que necesitaba que alquien girara mi rótula mientras yo sostenía una de mis piernas (para que no se girara en falso mientras forzaba la otra hasta aflojarla). Y tampoco era cuestión de molestar a mi vecino que dormía plácido junto a la ventanilla (tan corto de altura él).

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Al primer intento de giro, la cosa parecía ir simple, pero al segundo giro, un golpe me hizo sentir un dolor agudo, y entonces se produjo esa sensación, la de sentir que estaba en caída libre, como desmoronándome desde un acantilado….

…Creo que ese momento fue el que desperté del sueño que termino de contarles, el final del sueño inverosímil había coincidido con el de esa pesadilla en que me desenroscaba las rodillas y me las quitaba. Ignoro si dí un grito al despertar sobresaltado en plena oscuridad. Estaba en el mismo pasillo de mi sueño, con la misma oscuridad, en el mismo vuelo. Imagino que al oír mi grito, o al ver mi despertar tan brusco, la azafata pudo intuir algo, porque se me acercó a preguntarme si estaba bien. Aún confuso todavía, y entredormido, solo dí una respuesta rápida…: «estoy bien, solo fue una pesadilla».

La azafata, tal vez acostumbrada a situaciones similares me dijo: «espere un momento que retorno para que se cambie a un lugar más cómodo». Se fue caminando unos metros hacia adelante, regresó al momento para decirme: «si lo prefiere, puede cambiarse el asiento, hay uno más cómodo y con más espacios unos metros más adelante, allí tendrá más lugar para estirar sus piernas y estar más cómodo para descansar».

Habían pasado tres horas del vuelo, y quedaban nueve por delante. Acepté la invitación a cambiarme sin pensarlo, me senté en un asiento de esos que quedan con un espacio extra y que muchas aerolíneas empiezan a cobrar como un extra (si tienes rodillas sobresalientes, pues paga más caro aún en clase turista)…. No me ofrecían un lugar en clase ejecutiva, pero por gentileza de la azafata y por mérito de mi mal despertar me había ganado un espacio mejor. Cerré mis ojos y antes de dormirme mientras tocaba mis rótulas alcancé a pensar: «la humanidad aún no está completamente perdida».

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* Esta es una ficción anecdótica inspirada en una experiencia de vuelo real

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