El álbum «autorizado hasta ahí nomás» de mi paso por Nueva Zelanda

Cuando estaba mirando algunas fotos de mi viaje por Nueva Zelanda, empecé a notar que ese tipo super serio que soy :P, por momentos derrapa un poco en eso de mantener la compostura de un blogger respetable. Primero encontré revisando fotos en el teléfonos una selfie con un cacatúa que no cuadra mucho con lo que sería una foto carnet para el pasaporte. Pero en fin, hay otras pocas pequeñas joyas del viaje por Nueva Zelanda, que mejor se explican en imágenes.

Por ejemplo, todo empezó con cierta seriedad en los primeros días: acá nos estamos conociendo con mi anfitriona neozelandesa llamada Cricket, una cacatúa que cuidé durante un mes en el primer housesitting, cacatúa que sus dueños pensaban que era «él» hasta que puso un huevo y salió del armario:

Fue así que compartiendo fideos, entramos en confianza con Cricket, la cacatúa más simpática de Nueva Zelanda:

Al segundo día, Cricket caminó desde su jaula abierta (y se subió a mi rodilla sin pedir permiso). De ese modo la experiencia de ser blogger adquiría matices inesperados:

Y claro, uno entra en confianza y termina haciendo selfies:

Mientras, mi otra amiga Yenny se ponía celosa:

Pero en vez de pelearse, Yenny le daba algunos lengüetazos a su amiga Cricket, que no le tenía mucha paciencia (eran unos 20 segundos de lengüetazos, y un picotazo, 20 segundos de lengüetazos, y un picotazo, una extraña amistad):

Algunos días dimos paseos por el patio con Cricket:

Si miran bien en ésta foto oscura, se ve una mancha sobre la cama elástica (es ese momento en que me convertí en un boludo importante en Nueva Zelanda, mientras Yenny la perrita me miraba desconcertada saltando en la oscuridad):

Después del primer housesitting, tuve un brote místico en un bosque de Rotorua, pero no pasó a mayores:

En el segundo housesitting en una aislada finca cerca de Hasting, tuve una relación especial con el spa, y una soledad capaz de no hacerme sentir ridículo por meterme al agua con un gorro de abrigo en la cabeza:

Y en ese mismo housesitting, y en pleno mundial, me convertí en el hincha argentino más solo del mundo:

En el tercer housesitting cerca de Masterton, literalmente me convertí en granjero cuidando una casa con una entrañable perrita llamada Molly, dos gatos, siete gallinas, dos gallos, y una oveja (en la foto, contando ovejas antes de irme a dormir):

Dormía en una cama enorme en una pieza helada, y a la mañana despertaba con dos gatos al lado que se llamaban Batman y Robin (que sabían mucho eso de compartir el calor para pasar el invierno):

Me convertí en un experto recolector de huevos:

Le hice un book de fotos a la oveja Hazel (que era una oveja abuela):

Hazel se entusiasmó con eso de posar, de frente, de perfil:

Haciendo su mirada sexy:

Y otras fotos que me pedía, en poses con glamour (no le salía bien eso de hacer piquito con los labios, pero lo intentaba):

En fin, el fotógrafo:

Batman y Robin, muy pragmáticos para dormir juntos en invierno, ambos en la foto mirando sorprendidos a Mully, la perra que se asomaba por la puerta de gatos (o sea, las mascotas tenían unos pequeños conflictos de identidad):

Y después del tercer housesitting vinieron unos días descontracturados en paisajes que daban ganas de saltar:

También salto frontal:

En fin, saltos que salieron mal, pero no importa porque estaba en Picton, que es como decir, la entrada a la Isla Sur, y empezaba la primavera:

Lo importante en éste caso, era estar en Picton, no perder el equilibrio y evitar caer rodando por un fiordo:

En Nueva Zelanda, siempre te encontrás personajes y lugares de El Señor de los Anillos, y por ahí te cruzabas con un troll que le pedías una foto y se terminaba poniendo mimosito:

Las fotos que muestran la extrema dificultad de cuidar perros con el sistema housesitting en mi cuarta casa, en Nelson:

Y más días de pura naturaleza, caminando descalzo aunque los pies terminen helados en el Parque Nacional Abel Tasman:

Y si me preguntan si extrañaba el nido, diría que nada, porque de última en la tele neozelandesa aparecía un conductor con una remera de Argentina y te sentías como en casa:

Cinco meses de mochilear en Nueva Zelanda, y al final, la foto de rigor antes de partir del hostel:

Y sí, tranquilos, que ya estoy pensando que es tiempo de poner los pies sobre la tierra, quiero decir (perdón), poner los pies en un nuevo avión antes de que la cosa se ponga sedentaria.

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